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profesora invitada
ana catalina román

Ana Catalina Román ha estado vinculada a la danza desde siempre. Aunque comenzó a bailar siendo aún más niña, fue con Ana Lázaro, su primera gran maestra de danza, donde su pasión acabó por convertirse en vocación. Con ella estudió en el Conservatorio de Danza de Madrid desde los siete a los quince años, compaginando sus estudios con la subida a los escenarios. Más tarde, realizó dos años de estudios reglados en Stuttgart, John Cranko Tanz-Akademie, donde sobre una base sólida de técnica clásica se metió de lleno también en otros estilos de danza muy distintos: contemporáneo, jazz, danza de carácter y danza española. En sus dos años de contratación en la compañía de danza de Gelsenkirchen (Alemania) profundiza en la técnica de Graham pura. Más tarde y durante 20 años -desde principios de los 80 hasta el año 2000-, bailó en el Ballet de Frankfurt con el prestigioso coreógrafo norteamericano William Forsythe. 
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Muy inquieta intelectualmente, y siempre con ganas de emprender nuevos rumbos, cursó el Master de Artes Escénicas en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y estudió también Cine de Animación, lo que le proporcionó una formación complementaria muy valiosa en materias como teoría de la imagen, estudio del movimiento, imagen de animación cinematográfica, ritmo, y muchos otros aspectos que después ha ido aplicando a la composición y creación coreográficas. 

Extrovertida, muy activa, alegre, disciplinada y estudiosa, a Ana la danza le ha hecho manejar con facilidad tres idiomas, además del suyo propio: alemán, inglés y francés. De otra forma sería difícil explicar cómo una adolescente que se vio forzada a salir de su país para buscar fuera lo que no había podido encontrar dentro, haya estado en primera línea de la danza durante tantos años. Hoy enseña Composición e Improvisación a todas las especialidades, Análisis y práctica del Repertorio y Talleres de Interpretación en el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila (CSDMA), en Madrid. Pero también, como invitada enseña seminarios sobre William Forsythe Improvisation Technologies y su repertorio, Composición coreográfica y Ballet Clásico en diversas escuelas. Entre otras estarían: Conservatoire de Lyon, P.A.R.T.S.-Brussels, Espacio Madrid, Dance University Stockholm, Palucha Schule-Dresden, Iceland Academy of the Arts, Toulouse Conservatoire.

De pequeña, cuando su madre llevaba a su hermana –tres años mayor que ella-, a una academia de danza, allí sentada, viendo a las chicas bailar, Ana se desesperaba por no poder estar con ellas, así es que en cuanto le dejaron, comenzó a bailar. Tenía entonces 4 años o poco más, y, desde entonces y hasta hoy, Ana y la danza son una misma cosa: “La academia era seria pero en el aprendizaje había también mucho de juego. Recuerdo que el primer día, cuando me cansé físicamente, me salí de la clase y me fui a la zona de descanso a sentarme en una especie de pub árabe que había. En cuanto me vio la profesora, salió detrás de mí y me preguntó qué hacía allí, y yo, con la mayor naturalidad del mundo, le dije que simplemente estaba cansada. ‘¡no, no, aunque estés cansada tienes que seguir bailando’, me dijo, así es que aprendí muy pronto la lección y la dureza de esta disciplina. Esta es una profesión en la que uno no puede parar ni siquiera cuando está cansado”.

“Las cosas no pasan así como así, de la noche a la mañana…”

Tras la academia, vino el conservatorio en dónde hizo la carrera completa, siete años: “pude empezar muy pequeña, aunque luego eso se cambió. Acabé el conservatorio con 15”. La artista guarda un extraordinario recuerdo de su profesora, Ana Lázaro, una persona muy culta y muy interesada por todas las ramas del arte que “quiso transmitir esa inquietud a todos sus alumnos, hasta el punto de que, cuando terminamos, nos invitó a hacer un viaje cultural a Londres durante todo un mes”. Algo que hoy puede parecer muy normal no lo era tanto a principios de los 70 del siglo pasado, fechas en las que se produjo ese inolvidable viaje para unas cuantas alumnas del conservatorio madrileño: “Aunque hacíamos dos o tres clases diarias, en ese mes nos empapamos de museos y de todo tipo de espectáculos de teatro, danza y musicales, y de cine. Pero, sobre todo, ¡danza, danza y más danza! Todas éramos verdaderas apasionadas de la danza, y ya pudimos distinguir, desde el primer momento, las diferencias existentes entre unas compañías y otras“.

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No es la primera vez que el factor suerte es mencionado por las gentes de las artes escénicas y, en el caso de Ana Catalina, sucede otro tanto: “en Londres, tuve la fortuna de conocer por casualidad a dos personas, que nos ayudaron para poder asistir a un espectáculo del Stuttgart Ballet en el Coven Garden. Ya no había entradas y otras dos compañeras y yo pudimos entrar por la puerta de artistas y allí nos encontramos por el pasillo a un bailarín con el que habíamos coincidido en alguna clase anterior. El hombre debió vernos tan perdidas como interesadas en quedarnos a ver el ballet, así es que nos llevó al escenario y, después de preguntarle a la directora y primera bailarina Marcia Haydee, si nos permitía ver el espectáculo, nos sentó en la cabina de los bomberos a ver La fierecilla domada, con las grandes figuras del momento…”.

Más tarde consiguió entrar en la John Cranko Tanz-Akademie, en Stuttgart, y “desde allí ya vinieron las audiciones en diversas compañías alemanas que, grandes o pequeñas, todas tienen un altísimo valor profesional.

Y, después de mucho audicionar –las cosas no pasan así como así, de la noche a la mañana-, de una lesión entre medias y de muchos cambios de planes, finalmente un coreógrafo alemán, Bernd Schindowsky, me llamó y acudí ya que aquel mismo bailarín que nos ayudó a ver el espectáculo en Coven Garden me alentó para que fuera saliendo ya al escenario de forma regular”. Corría el año 1978 y, durante dos años más, bailó con el Gelsenkirchener Ballett-Musiktheatre en Revier. Por entonces Ana Catalina tenía 18 años y en esa compañía se curtió, junto a los 20 bailarines que la integraban, en todo tipo de piezas: “óperas, operetas, musicales, ballet - ¡por supuesto! -, y muchas creaciones nuevas porque Schindovsky era coreógrafo. Lo mismo que nos había pasado con nuestra profesora en España, Ana Lázaro, que al ser también coreógrafa, nos acostumbró muy pronto a nuevos repertorios”. He vivido entre coreógrafos desde entonces. ¡Fueron dos años muy intensos!”.

Pero la bailarina siguió yendo a Stuttgart “porque era el lugar de referencia para mí por la gran cantidad de solistas y coreógrafos que permanentemente coreografiaban nuevas obras. Y en esa ida y vuelta, me enteré de que uno de los solistas, Egon Madsen, iba a ser nombrado director en Frankfurt, y decidí acudir allí a hacer una audición. Por supuesto que él se trajo a varios coreógrafos del Stuttgart Ballett, algunos, como Uwe Schoz, habían sido compañeros míos. Otro era William Forsythe que, “casualmente”, de nuevo era aquel que habíamos encontrado en el Coven Garden y que nos ayudó a colocarnos en la zona de bomberos para poder ver el ballet de Stuttgart. Ya era coreógrafo y acudió a Frankfurt como invitado y, más tarde, acabó convirtiéndose en el director del Ballet de esta ciudad…”.

“La danza me ha acompañado toda mi vida –insiste la bailarina y profesora- y, por tanto, me he pasado buena parte de ella dentro de un teatro. Aunque haya tenido mucho más contacto con el mundo de la ópera, la opereta, los musicales y las coreografías, el teatro tampoco era para mí un desconocido. Pero vamos, como tal, me ha venido ahora, a través del regalo que me hizo Gerardo Vera para asesorarlo en el movimiento de El idiota”.

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